Retos internos de la Psicología

El presente artículo es una reflexión crítica sobre el ejercicio de nuestra profesión. Fue publicado en la Revista Digital del Colegio Oficial de Psicólogos de Cataluña, y reconocido como artículo de interés general para el conjunto de psicólogos al ser seleccionado y destacado para la edición cuatrimestral de dicha revista (abril 2024).

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RETOS INTERNOS DE LA PSICOLOGÍA

La Psicología vive un momento dulce. Desde la pandemia nuestra profesión se ha revalorizado. La sociedad está dándose cuenta que la fragilidad psíquica y emocional es consustancial a nuestra naturaleza humana. Cuando ciertas problemáticas personales y relacionales se repiten de forma persistente, la ayuda psicoterapéutica empieza a considerarse como la opción más lógica y sensata. Atendiendo a esta nueva mentalidad cabría pensar que por fin se abre ante nosotros un proceso de reconocimiento y consolidación de la Psicología. Desde mi punto de vista, sin embargo, hay cosas que nuestro colectivo sigue descuidando, y si no hacemos autocrítica, corremos el riesgo de desaprovechar la ocasión para lograr, por méritos propios, el lugar que nos corresponde en la atención de la Salud y el proceso de edificación social. Me centraré a continuación en dos cuestiones fundamentales. Por un lado la falta de compromiso de muchos profesionales con su propio tratamiento terapéutico, y por otro, la patente dificultad para saber distinguir entre los recursos interventivos integrativos y los disociativos, con la consiguiente desorientación que ello ocasiona a los pacientes y al conjunto de la sociedad.

Falta de compromiso con el propio proceso personal

Artículo 12 de nuestro Código Deontológico: El profesional de la psicología tiene que asegurarse de que su estado emocional, mental y físico no afecta a su capacidad para proporcionar un servicio psicológico competente y, si no es así, debe buscar asesoramiento profesional.

La atención de la salud mental es una de las tareas más delicadas que existen. Cuando ayudamos a los demás aplicamos los mismos recursos que nos sirven a nosotros. Cuando los escuchamos, lo hacemos con la misma atención, cuidado y respeto con la que lo hacemos hacia nuestra persona. Ni más ni menos. No nos engañemos, no es posible iluminar la oscuridad de los demás sin haberse atrevido a conocer la propia. Como muchos, yo crecí en paralelo a nivel personal y profesional, y no me llegan los dedos de las manos para contar mis muchas y profundas crisis vitales. Desde que inicié mi andadura en el campo de la Psicología he estado, también, recibiendo ayuda por parte de personas que estaban más capacitadas que yo para atender los sufrimientos del alma. Ellos y ellas me mostraron y siguen haciéndolo, formas de vida y relación más saludables. Y ahí sigo, desde hace ya más de 25 años. El motivo de tal persistencia es sencillo, esa ayuda continúa enriqueciéndome a nivel humano y profesional. Me apena cada vez que oigo a colegas de profesión, y son muchos, lo que dicen o directamente se ríen cuando se les pregunta sobre si ellos reciben terapia. ¿Yo? ¡Pero si yo soy psicólogo/a! Muchos prefieren acudir directamente al personal de psiquiatría para medicarse, o a un gurú que habla “para muchos y para nadie”, antes que pedir ayuda a otro colega. Lo viven como un fracaso personal. Y lo sé porque puedo identificar en ellos los mismos tics que a mí también me llevaron a atrincherarme y postergar mi necesidad de apoyo personal.

¿Si crees deseable, natural, bueno y sano que vengan a pedirte ayuda, por qué tú te la niegas? ¿Si te interesa la psique humana, por qué no te atreves a explorar la tuya? ¿Si entiendes que el inconsciente domina muchos de nuestros comportamientos, y que son nuestras propias mentiras las que nos mantienen atrapados, por qué no contratas a alguien para que te ayude a desvelar las tuyas? Eso es algo que cada cual debe responder, y no responder, es también una respuesta. Sea como sea, y formación técnica al margen, nos convendrá admitir que quien ha hecho un recorrido psicoterapéutico personal serio, comprometido y consistente al respecto tiene, a priori, una mejor capacitación profesional. No estoy diciendo que todos debamos hacerlo, como tampoco lo considero así para con el resto de personas, puesto que todo dependerá de la dirección vital que cada uno haya decidido emprender. Pero en cualquier caso, considero que, en la labor de nuestra profesión, sobre todo si nos dedicamos a la clínica, ese hecho es lo que nos aporta más solvencia. Ojalá los pacientes vayan normalizando la sana costumbre de preguntarnos sobre esta cuestión cuando nos piden información sobre el servicio.

No estoy afirmando, por si alguien duda, que haya una equivalencia directa entre el tiempo de terapia personal y nuestra cualificación. Ya sabemos que la terapia puede servir también para intentar enjuagar sentimientos de culpa, reforzar las defensas, sofisticar las propias mentiras y marear la perdiz, eso es evidente, pero quien no ha dedicado el tiempo suficiente para establecer una buena y consistente base de conocimiento personal y relacional, opino que no debería, por dignidad, a atreverse a escudar tras este tipo de objeciones, secundarias e inherentes a la complejidad humana.

Si llegados a este punto, reconocemos la importancia de responsabilizarnos de nuestra salud mental y emocional, y de profundizar en nuestro autoconocimiento, nos sorprenderemos, y mucho, al comprobar que el artículo del código deontológico relativo a este aspecto, el que cito al inicio de este apartado, lo he recogido del código del Colegio Oficial de Psicólogos de Cataluña, porque en el del Consejo General de la Psicología de España, directamente, no existe. Aprovecho, pues, desde aquí, para pedir que se tome muy en serio la revisión y la incorporación del mismo, en el apartado 2, referente a las competencias profesionales.

Rabia primero, vergüenza ajena después, y tristeza más tarde, es lo que siento cuando oigo a otros colegas diciendo que todas las psicoterapias deberían ser cortas, y que si no es así es que te están tomando el pelo. El debate sobre lo que debe durar una terapia requiere de un desarrollo detallado, y es algo de lo que tengo intención de ocuparme en otro documento, sea como sea, cuando oigo a un compañero haciendo esas afirmaciones, no puedo evitar pensar que, primero, no conoce el objetivo de las terapias integrativas (que es diferente del de las estratégicas y las orientadas al cambio), y segundo, que su proceso personal terapéutico debe ser también como lo que propone, es decir, breve, cuando no, nulo, si no no diría semejante insensatez. Encuentro totalmente lícito cuestionar la teoría, la técnica y la práctica de las diferentes líneas de trabajo psicológico, yo soy el primero que lo hago, pero para pronunciarnos sobre la duración de los tratamientos, debemos indicar primero a qué propuesta concreta nos referimos y argumentarlo después como Dios manda, y no a golpe de Shorts, Reels y Tiktoks. Meter a todos en el mismo saco de manera genérica y frívola, es acto de menosprecio hacia muchos profesionales y pacientes que sí sentimos este compromiso y determinación de largo alcance con el despliegue de nuestra humanidad.

Dificultad para distinguir entre los procesos terapéuticos disociativos y los integrativos

Artículo 31 de nuestro Código Deontológico: El/la Psicólogo/a debe tener especial cuidado en no crear falsas expectativas que después sea incapaz de satisfacer profesionalmente.

El colectivo, y hablo ahora en términos generales atendiendo a mis observaciones, no ha asumido uno de los debates internos más importantes. Hace un tiempo, cuando desde el Colegio Oficial de Psicólogos (Delegación territorial) se hizo una campaña contra el intrusismo profesional, encontré que faltaba una información sencilla y clara a la ciudadanía, para ayudar a distinguir entre el ejercicio de una Psicología formal y cualificada, de lo que yo denomino como Psicología Pop (psicología popular, la que sigue la moda). Ofrecí mi ayuda para tratar de trazar unas líneas rojas que permitieran a las personas saber diferenciar entre ambas, y con tal propósito escribí un opúsculo llamado “Los peligros de la Psicología Pop”, compuesto de cuatro capítulos: Orígenes, divergencias, discurso y peligros. Desde el Colegio me comunicó que este tipo de debates ya se habían intentado abordar muchas veces antes, pero que el colectivo acoge metodologías y puntos de vista muy dispares, que esta clase de discusiones siempre han resultado infructuosas, y que no eran partidarios de reeditarlas de nuevo. Entiendo lo complicado que debe ser tratar de establecer puntos de referencia comunes en un colectivo tan diverso, pero entonces debemos ser francos y asumir nuestra realidad, y esta es, que si no hay consensos ni límites en nuestra práctica, aquí cabe todo, y que, por tanto, cualquier advenedizo podrá arrogarse la misma capacitación y formalidad profesional que nosotros. Eso es algo a lo que yo me resisto. No porque no crea que haya personas que puedan ayudar en el ámbito de la salud mental sin ser psicólogos, sino porque considero que como colectivo legitimado por el conjunto de la sociedad, tenemos el deber de debatir y discutir las veces que haga falta sobre aquello que convengamos que ha de definir y distinguir nuestra aportación social. Si queremos ofrecer claridad a los pacientes, primero hemos de clarificarnos nosotros.

Los debates a este nivel pueden ser ciertamente muy amplios, pero personalmente creo que hay uno que sobresale por encima del resto. Se trata de saber discernir entre las propuestas de carácter disociativo y las de tipo integrativo. Las primeras están enfocadas a que las personas “se sientan bien”, las segundas a “que se sientan”. Las primeras se enfocan en liberarse del malestar, las segundas en sentirlo y reconocerse también a través suyo. Para las primeras la prioridad es el bienestar y “la felicidad”, tal como cada uno entienda esos conceptos; para las segundas, el epicentro es el conocimiento y la verdad. La líneas disociativas, como su nombre indica, separan dos realidades, la vivida y la deseada, y se enfocan en lograr esta última. Las integrativas, en escuchar las vivencias, tanto las agradables como las desagradables; re-conocerse a través de ellas, para, llegado el momento, tomar decisiones con consciencia y responsabilidad. Para las primeras, el fin justifica los medios, para las segundas, la prioridad es la coherencia y el respeto a la persona, a uno mismo y a los demás. Ambas propuestas pueden parecer en ocasiones semejantes o incluso complementarias, pero no, no lo son. Llevan por caminos diametralmente opuestos.

Si alguien quiere más información sobre esta distinción le recomiendo mi citado opúsculo “Los peligros de la Psicología Pop”.

En esta cuestión no valen las medias tintas, y de la misma manera que un cirujano no puede permitirse el lujo de abrir un cuerpo sin saber previamente su cometido, los profesionales de la salud mental hemos de procurar evitar los bandazos y tener establecida nuestra dirección interventiva. Y aquí es, justamente, donde nos encontramos las mayores contradicciones e incongruencias del ejercicio profesional. Es un hecho recurrentísimo escuchar a compañeros del gremio que en su práctica clínica, divulgando o formando, afirman cosas que en apariencia tienen una dirección integrativa, y que a renglón seguido, exponen otras de tipo disociativo. Por ejemplo, “el miedo es una emoción natural y hay que aprender a convivir con él”. Y dos minutos más tarde, “para deshacertedel miedo tienes que encontrar la creencia errónea que lo alimenta”. ¿Cuál es la dirección, pues?, conocerse dialogando con y desde el miedo, o erradicarlo para estar “tranquilo y bien”. Ambos enfoques llevan por caminos diferentes, contrapuestos, incluso, y los profesionales debemos, cuando menos, saber hacia donde nos estamos dirigiendo.

Desde mi punto de vista, esta desorientación tiene una relación directa con el punto que mencioné al principio: la falta de un proceso psicoterapéutico personal sólido por parte de ciertos profesionales. Nosotros, al igual que el resto de mortales, nos movemos entre las mismas disyuntivas vitales: ¿Seguridad o libertad? ¿Priorizar el deseo o atender lo que realmente nos conviene? ¿Mantener la ilusión o atrevernos a deshacer las mentiras? La falta de un consistente contacto-con-la-persona (con uno mismo y con los demás), hace que nuestros ofrecimientos también oscilen llevados por los estados anímicos y las dinámicas inconscientes. Y al igual que los que vienen a pedirnos ayuda, corremos el riesgo de decir que lo que queremos es conocernos, cuando en realidad nuestra prioridad es la de conservar la tranquilidad, la ilusión y el control, es decir, “estar bien”. Es por eso que tan a menudo en las intervenciones terapéuticas, las incongruencias y contradicciones van que se las pelan, y por lo que la teoría de los profesionales debe contrastarse siempre, siempre, con su práctica.

Conclusiones

La inmensa mayoría de pacientes llegan a nuestras consultas en crisis, con un notable sufrimiento y a menudo, también, desesperados, y quieren, imploran, incluso, que les ayudemos a “sentirse bien”. Si nosotros mismos no distinguimos claramente entre el camino que pretende llevar a “sentirse bien”, y el que conduce a “sentir la persona”, atenderemos el deseo de nuestros pacientes, pero no su profunda necesidad ¿Es eso lo que queremos que defina nuestra profesión?

Si los psicólogos y psicólogas hacemos lo mismo que el resto de oficiantes de la farándula psicoforme, nuestra profesión degradará, porque la gente tiene necesidad de ser ayudada, pero no es imbécil, y sabe diferenciar entre la piel piel, y el plastiquete.

La Psicología Pop imperante tiene los pies, tobillos y rodillas hundidos en el barro de la disociación, seducida más por el logro de los ideales personales, que por la posibilidad de evolucionar a través de una reconciliación con la realidad y la verdad. La Psicología Pop ofrece a la gente lo que ésta quiere escuchar, y es por eso que está y siempre estará de moda. Haremos bien en dar por perdida esa batalla. Hay tareas más valiosas reservadas para nosotros, aunque para eso, antes debemos tomar ciertas determinaciones y compromisos.

Pablo Palmero Salinas

Psicólogo colegiado 14.546

IG @pablo.palmero

pablopalmero.com

Pablo Palmero es psicólogo General Sanitario y divulgador. Tiene 25 años de experiencia clínica y ha escrito varios ensayos sobre su campo de estudio. El último de ellos, “Crecimiento Interpersonal. Más allá del Crecimiento Personal”, donde explora y reflexiona sobre la situación actual en el campo de la Psicología, desmontando mitos y extralimitaciones, y ofreciendo comprensiones para orientarse en el actual maremágnum ofertas milagrosas.